“Parasaurolophus”
Me lo enseñó ayer mi hijo.
Es ese que iba erguido sobre dos patas
con una cresta en su cráneo.
Era de los buenos, dice, porque era
herbívoro.
A él le encantan los dinosaurios, se
podría decir que es uno de esos fans incondicionales del mundo
jurásico. Los tiene de juguete, de todos los tamaños, colores y
texturas, colecciona cuadernos para pintar y libros para investigar.
Los pinta, los dibuja y luego los
colorea, con rotuladores, con ceras, con acuarela... Me pide rollos
de papel higiénico para pegarlos y mantenerlos de pie, o quiere
“chicle” y los cuelga de las paredes como si de obras maestras se
trataran. Todo un experto, sí.
Sin ninguna duda los dinosaurios se han
convertido en su tabla de salvación. Ya no existían antes del
encierro y siguen sin existir. Eso no ha cambiado. Son el refugio de
mi hijo en un momento de inseguridad. Ellos mantienen las respuestas,
miden y pesan lo mismo antes que después de la cuarentena.
Ahora su mamá y su papá le
contestamos demasiadas veces: No lo se...
Y los dinosaurios no hacen eso.
¿Cuándo terminará la cuarentena? No
lo se, pronto.
¿Cuándo veré a los yayos? No lo se,
pronto.
¿Cuándo iré al cole? No lo se,
pronto.
¿Cuándo podremos salir de casa? No lo
se, pronto.
Es tiempo de coronavirus, y a ninguno
de nosotros nos han enseñado a vivir con esto. Sigue siendo tan
increíble como si estuviésemos viviendo dentro de una película de
Hollywood. Si en nuestra cabeza racional y adulta no encajan las
piezas, ¿cómo lo van a hacer en la cabecita libre e ingenua de un
niño? Es momento de mirarles fijamente y ofrecerles todo el amor del
que somos capaces, como aquel que nos invadió cuando les vimos
nacer, ese inmenso amor protector ante tanta indefensión.
Es tiempo de coronavirus y de emociones
no trabajadas: miedo a perder nuestra salud y la de nuestras
familias, frustración al desvanecerse nuestra cotidiana libertad,
enfado porque ésto nos ha venido impuesto y no creemos merecerlo,
aburrimiento por pasar tantas horas en casa, tristeza ante tantas
noticias negativas, soledad, incertidumbre, ansiedad, etc...
Tengamos una actitud calmada y de paciencia frente a nuestros hijos y no les expongamos a toda esa sobreinformación que nos llega y nos abruma. Pasemos un tiempo bonito a su lado, jugando, contándoles cuentos, bailando, incrementando así la unión familiar con actitud positiva. Quizá este tiempo de coronavirus no se repita nunca mas. Acompañemos emocionalmente a nuestros hijos, entendiendo que sus necesidades no realizadas les puedan generar una profunda sensación de frustración. No rechacemos sus enfados ni sus lágrimas. Empaticemos con ellos y ayudémosles a que canalicen esos sentimientos desde el afecto.
Dejemos a los niños encontrar su lugar
de consuelo, y seamos capaces de ofrecérselo. No les exijamos una
normalidad que lamentablemente por ahora ya no existe. Es cierto que
debemos mantener cierta rutina, seguir aplicando esos límites que
tanto nos cuestan a veces, continuar avanzando por mantenernos sanos física
y emocionalmente. Pero seamos sensatos y flexibles, esto no es lo que conocemos
como normalidad, y que si el Covid-19 nos enseña algo que sea
Tolerancia.
Este año en mi casa la mona de Pascua no nos la trae ningún conejito de chocolate ni viene con ningún “Catxirulo” volando. Este año en mi casa la mona la trae el Parasaurolophus y el resto de sus amigos dinosaurios. Eso sí, va a estar igual de buena que la mona del año pasado...
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