dilluns, 13 d’abril del 2020

He aprendido un Dinosaurio nuevo.

He aprendido un Dinosaurio nuevo:
“Parasaurolophus”
Me lo enseñó ayer mi hijo.
Es ese que iba erguido sobre dos patas con una cresta en su cráneo.
Era de los buenos, dice, porque era herbívoro.

A él le encantan los dinosaurios, se podría decir que es uno de esos fans incondicionales del mundo jurásico. Los tiene de juguete, de todos los tamaños, colores y texturas, colecciona cuadernos para pintar y libros para investigar.
Los pinta, los dibuja y luego los colorea, con rotuladores, con ceras, con acuarela... Me pide rollos de papel higiénico para pegarlos y mantenerlos de pie, o quiere “chicle” y los cuelga de las paredes como si de obras maestras se trataran. Todo un experto, sí.

Sin ninguna duda los dinosaurios se han convertido en su tabla de salvación. Ya no existían antes del encierro y siguen sin existir. Eso no ha cambiado. Son el refugio de mi hijo en un momento de inseguridad. Ellos mantienen las respuestas, miden y pesan lo mismo antes que después de la cuarentena.
Ahora su mamá y su papá le contestamos demasiadas veces: No lo se...
Y los dinosaurios no hacen eso.

¿Cuándo terminará la cuarentena? No lo se, pronto.
¿Cuándo veré a los yayos? No lo se, pronto.
¿Cuándo iré al cole? No lo se, pronto.
¿Cuándo podremos salir de casa? No lo se, pronto.

Es tiempo de coronavirus, y a ninguno de nosotros nos han enseñado a vivir con esto. Sigue siendo tan increíble como si estuviésemos viviendo dentro de una película de Hollywood. Si en nuestra cabeza racional y adulta no encajan las piezas, ¿cómo lo van a hacer en la cabecita libre e ingenua de un niño? Es momento de mirarles fijamente y ofrecerles todo el amor del que somos capaces, como aquel que nos invadió cuando les vimos nacer, ese inmenso amor protector ante tanta indefensión.

Es tiempo de coronavirus y de emociones no trabajadas: miedo a perder nuestra salud y la de nuestras familias, frustración al desvanecerse nuestra cotidiana libertad, enfado porque ésto nos ha venido impuesto y no creemos merecerlo, aburrimiento por pasar tantas horas en casa, tristeza ante tantas noticias negativas, soledad, incertidumbre, ansiedad, etc...

Tengamos una actitud calmada y de paciencia frente a nuestros hijos y no les expongamos a toda esa sobreinformación que nos llega y nos abruma. Pasemos un tiempo bonito a su lado, jugando, contándoles cuentos, bailando, incrementando así la unión familiar con actitud positiva. Quizá este tiempo de coronavirus no se repita nunca mas. Acompañemos emocionalmente a nuestros hijos, entendiendo que sus necesidades no realizadas les puedan generar una profunda sensación de frustración. No rechacemos sus enfados ni sus lágrimas.  Empaticemos con ellos y ayudémosles a que canalicen esos sentimientos desde el afecto.

Dejemos a los niños encontrar su lugar de consuelo, y seamos capaces de ofrecérselo. No les exijamos una normalidad que lamentablemente por ahora ya no existe. Es cierto que debemos mantener cierta rutina, seguir aplicando esos límites que tanto nos cuestan a veces, continuar avanzando por mantenernos sanos física y emocionalmente. Pero seamos sensatos y flexibles, esto no es lo que conocemos como normalidad, y que si el Covid-19 nos enseña algo que sea Tolerancia.

Este año en mi casa la mona de Pascua no nos la trae ningún conejito de chocolate ni viene con ningún “Catxirulo” volando. Este año en mi casa la mona la trae el Parasaurolophus y el resto de sus amigos dinosaurios. Eso sí, va a estar igual de buena que la mona del año pasado...





Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada